Aproximación indecente al Cántico espiritual
de San Juan de la Cruz
I Voy a escribirte de un mundo sin memoria. Los océanos engulleron las últimas palabras. Sólo sobrevivió tu nombre en este caos perdido entre la última tarde y esta nada tan particular donde me encuentro. En esta soledad te busco herido de muerte y agotado, y sólo me queda una pregunta, la de siempre: ¿dónde estás, en medio de qué fibras? ¿Dónde queman ya tus llamas, entre qué cadáveres y flores? ¿Hay algún claro en este bosque todavía? de San Juan de la Cruz
II Desnudo a pocos metros de mi cuerpo espero, mejor hubiera sido, seguro, despedirme de ti pero te ansío. Tu palabra es esta misma ciudad de infinitas verdades y mentiras donde sé que para hallarte he de morir entre cristalinas fuentes y arrayanes en este desierto nupcial que acabará conmigo.
III En este callar tan largo que sobrevuela mil vuelos se quiebra el aire. Mis manos quieren ser agua sobre tu piel y tus labios. Mis ojos quieren ser faros de los secretos recónditos del tiempo. Pero este maldito frío me desangra, inmóvil, inerte, azul, sin tregua. He preguntado por ti en todos los lugares, pero nadie sabe decirme nada de tu fuego, nadie… IV Buscaré aunque no me quede más palabra que yo mismo, infértil agonía. Entre las ruinas del mundo y tu recuerdo de caricias de muerte sobrevivo. Adelgazo más si cabe estas páginas de mar para que escuches la infinidad cansada del hastío y de lábiles estrellas que se rompen en cada noche de placer: un solo instante era el anuncio de tu marcha tras la herida.
V Aún así seguiré en este mar interminable de silencio de besos que te tocan. La misma soledad que se detiene en el inmenso abismo en que te sueño, esclavo aún de mí, de mis infiernos. Deseo alzar los pies pero la tierra no para de empapar atravesando con su lento rocío mi cuerpo de cristal. VI Es urgente que tu cuerpo abrace al mío después del mediodía. Que esta vigilia insomne acurruque mis desvelos, que ya es hora de que cures este jardín cerrado, que ya es hora de que la lluvia calme esta sequedad que hiere. VII Ni uno solo de estos versos incendiará mi pecho como lo incendiará mirarte. Esta muerte, cada vez más honda, esta noche de luna en que tus manos defienden mi hermosura, estas alas que siento batir sobre el aire cansado me descubren tu rostro de absoluto vacío.
VIII
Pues en tus alas, ahora que la noche
me atrapa por fin, me he subido
para volar contigo este des-tiempo.
Mi luz son tus ojos de paloma
y mi única memoria son tus huellas
que en el aire blancas como lirios vas dejando.
En tus alas, ser-de-vuelo, voy oculto
hacia ese no-lugar soñado tantas veces
en la fragilidad del tiempo que puedo ya tan lejos
entretejido contemplar. Sólo el amor me queda
después de esta batalla hacia mí mismo:
el amor que sólo existe en el des-tiempo contigo.
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